martes, 9 de julio de 2013

Los finales son simplemente... horrorosos

¡Holaa!
Hoy ha sido un día soleado y tranquilo, al menos para mí. Y he encontrado la fuente de inspiración. Por fin he escrito algo que tenga pies. Cuando llegue a la cabeza ya les avisaré.
Misión: Imposible. 

Pero, bueno, supongo que no se deben perder las esperanzas por escribir una historia como Dios manda. Al menos, yo voy escribiendo. Mi política como escritora consiste en: tener una gran idea que creo que atraerá al lector, luego empezarla intentando parecer divertida (no tonta), luego seguirla y... soñar en que la terminas. Porque, a decir verdad, ninguna de las historias las he terminado. A medio capítulo me pueden pasar tres cosas, que estoy segura que a la mayoría de la gente les pasa:
a) No tengo más ideas para que el libro parezca interesante.
b) No tengo ni puñetera idea de como seguir la historia y pierdo las esperanzas de terminarla porque me parece que n va a atraer al lector.
c) Ambas cosas.

Así que, siguiendo mi política, he empezado ooooootro relato, ni siquiera me esfuerzo en contar cuantos llevo ya, simplemente escribo. Este, sinceramente, no sé como se me ha ocurrido. Creo que reflexioné cuando estaba dando una ducha a mi perro, o quizás fue el sol del verano que hizo que la idea se me pasara por la cabeza e hiciera un estudio científico muy pero que muy complicado (ironía) sobre las historias de amor adolescentes. Los libros están muy bien, me encantan los libros. Pero las películas, tienen una grabe problema con los finales. Sí, a todo el mundo le gustan los finales felices, pero se pasan de cursis. Por eso yo voy a escribir (no les aseguro que lo vaya a terminar):

Los finales simplemente son... horrorosos
 

Lo que más odio de las películas adolescentes son los encuentros chico-chica y esas miradas soñadoras como si hubieran encontrado el amor de su vida. Vamos a ver ¿quién coño se inventó eso? Estos encuentros mágicos en los que crees que esa persona es el chico/chica perfecto/a no ocurren ni en sueños. Es una mentida para complacer a los espectadores y hacerles suspirar con esperanza, pero aquello no te da esperanzas de nada, a menos que sean para pasarte llorando toda tu vida a la espera del hombre de tus sueños al nunca, y eso se les aseguro, nunca, van a encontrar. 

A las niñas pequeñas también les pasa, es de alguna forma, inevitable. Sueñas con ser una gran princesa, casarte con un príncipe azul, tener unos ratoncitos como amigos o incluso imaginar que no te ahogas dentro de la piscina moviendo las piernas como si fueras pez. Es inevitable. ¿Quién no intentó aguantar la respiración debajo del agua para demostrar a tus amiguitas que eras la Sirenita? Des de luego que yo sí. Aunque por aquel entonces tampoco no tenía muchas amigas, por no decir ninguna.

Ese rollo de las princesas Disney está sobrevalorado. La gente no piensa en las consecuencias que conlleva, solo piensa en comprarles a sus hijas un vestido de color rosa y brillantes para parecer la Bella durmiente o la Cenicienta el día de carnaval. ¡El día de carnaval! Esas niñas son princesas ese día, y aún así es una mentira. Eso nunca se olvida. Es un completo engaño. ¿Quién invento eso? Por el amor de Dios…

 

Pero ahí me encontraba yo, en medio de una fiesta de pijamas, con las chicas más locas de instituto. Yo incluida, por supuesto.

Ah, una cosa que no les he dicho y que tampoco no soporto de las películas adolescentes son los finales. En aquel momento en la protagonista piensa que su día ya no puede ir peor, cuando su novio te ha dejado, sus amigos ya no confían en ella, ha perdido el trabajo de camarera en el bar de la esquina y casi le arrestan por estar a punto de robarle a una viejecita. Ese momento en el que cree haberlo perdido todo. En realidad nunca ocurre. El chico al que ha estado persiguiendo todo su vida te declara su amor. Sus amigas deciden perdonarle y celebran una gran fiesta. El dueño del bar nunca ha visto una chica tan trabajadora en su vida y decide volverla a contratar. Y, por último, aunque no por eso menos importante, consigue salir de la cárcel porque la querida viejecita se ha equivocado y, a cambio, han detenido al malo de la peli en tu lugar.

Esa parte la odio. ¿Supongo que me he explicado bien, no?

Y ahí me encontraba yo, en medio de un amor de lo más pasteloso e inútil. Ni siquiera me enteré de lo que iba la película. Solo sé que había un chico y una chica ya que ambos hacían ojitos de la forma más cursi del mundo mundial. Cuando terminó La Cursilada Más Grande del Mundo, creo que se decía la peli, nos pusimos a jugar. No a un juego cualquiera, si era eso lo que se preguntaban. Ni tampoco a una guerra de almohadas, ni a una carrera por el campus en pijama. No. Era el juego de las citas. En una semana teníamos que enamorar a un chico. El chico que nos tocara, por supuesto. Nadie podía saber quién le tocaría. La Reina Rosita, como me gustaba llamar a Joselyn Sparks, quien también era la Reina de los conjuntos rosas, empezó a llamar a las chicas por orden alfabético. Era como una especie de tradición que se hacía desde que inauguraron la universidad. Y como toda tradición de tu primer año de universidad, no podías pasar al siguiente sin haberte enamorado. Eso sí que era cursi.  Aunque una cosa estaba clara: yo no iba a enamorar a nadie. Si no lo había hecho los dieciocho años que lleva con vida ¿Por qué ahora?

-Schyler Wilson – llamó la diva de la belleza y el rosa, quién además de todo aquello era un año más grande que nosotras. Eso solo quería decir una cosa: ya tenía un chico a su disposición. Aunque estaba más que segura a que tendría bastantes más que uno.

Me levanté y caminé hasta la urna de cristal que había delante de ella. Me entregó una de las papeletas (como si no pudiera cogerla yo, o pudiera hacer trampas) y la abrió (como si no tuviera mis propias manos); leyó:

-Edgar O’Neal.

No tenía ni puñetera idea de quién era. A decir verdad no tenía ni idea de quién eran  ninguno de los chicos para las otras chicas. A decir verdad, ni siquiera conocía a las chicas. ¿Cómo iba a encajar allí? Sin embargo, el nombre me sonó bien.  Siempre me había gustado ese nombre. Tuve un canario que se llamaba Edgar, aunque se lo puso mi hermana. Yo hubiera preferido Cipi o canario a secas. ¿Para qué un nombre si no iba a hacerte caso de todos modos? No era un perro al que le pudieras llamar y viniera volando. Sin embargo, Edgar murió. Siempre lo echaré de menos. Era un magnífico canario. Sus plumas eran amarillas. Se cagaba por todas partes y siempre tenía que limpiarlo yo. Sí, fue un gran canario. Y, sí, lo echaré mucho de menos, irónicamente hablando.

Que disfruten del verano y, nunca lo olviden, no dejen de ver películas adolescentes...

 

2 comentarios:

  1. Hola Dreamer,
    Supongo que ya sabes quien soy :3
    Solo te pido que continues con esta historia. Amo los libros que tratan de historias de adolescentes y locuras así.

    Te deseo feliz verano a ti también. Te animo a seguir.
    Muakk <3

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    1. Muchisimas gracias,de verdad. Es dificil hacer una historia que no se pase de avurrida ni de tonta, pero creo que porfin he encontrado algo que escribir. Espero que tu tambien hayas empezado una nueva historia,siguiendo tu propia politica. Tus relatos siempre enamñ
      Ah, me ha gustado eso que has dicho de historias adolescentes y <>, tu tienes muchas ideas, a ver si me ayudas un poco. ¿emborracharte en una fiesta e imaginarte elefantes con alas (o Dumbo, quien lo prefiera) es una locura adolescente?
      Que pases un buen verajo tambien :3

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